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sábado, 19 abril 2025

Entrevista a Antonio Álvarez, médico jefe de La Cuesta de Santo Domingo

Antonio Álvarez: 40 años al servicio de La Cuesta de Santo Domingo

Antonio Álvarez lleva más de cuarenta años dedicándose a cuidar y curar a los corredores de La Cuesta de Santo Domingo. Allí, donde la protección del santo de la calle y el capotico de San Fermín no alcanzan, se encuentran él, sus manos, su amplia experiencia y su gran sabiduría, Antonio fue corredor del encierro antes de ponerse la bata blanca para atender a sus compañeros y amigos. Fue una enfermera la que le hizo reflexionar. Entonces, dejó de correr para dedicarse exclusivamente a su labor médica en el encierro, aunque lo vive con la misma pasión como si aún estuviese corriendo. Un verdadero placer poder conversar con él y aprender tanto sobre el encierro y La Cuesta.

Cambiar el periódico por la bata blanca

Antonio comenzó como corredor, participando activamente en el encierro. Sin embargo, un percance en el encierro en sus primeros años de corredor lo cambió todo. “La primera vez que actué en el encierro todavía no estaba ni colegiado, pero hubo una cornada a la altura de Casa Marceliano. Estaba todo el mundo ayudando, me identifiqué como médico y me dejaron actuar. A partir de ese momento, corría el encierro y hacía de médico”, recuerda Antonio.

Poco a poco, Antonio empezó a combinar ambos roles: corría y luego se vestía de médico para atender a sus compañeros. Sin embargo, un comentario de una de las integrantes de Cruz Roja le hizo reflexionar profundamente. “Una de Cruz Roja me dijo: ‘Doctor, ¿y si a usted le pasa algo?, ¿quién le va a atender?’. Eso me hizo pensar y, una vez que lo pensé, dejé de correr”, confiesa. Desde entonces, se dedicó por completo a su trabajo como médico, una decisión que lleva ejecutando durante 41 o 42 años.

El encierro de hoy

Cuando le preguntamos por el encierro del día, Antonio nos comparte su percepción: “No las tenía todas conmigo con el encierro de hoy, hay días que tienes una sensación rara. Puede ser que me haya levantado más tarde de lo normal y que no he ido con mi horario tranquilo, pero ha sido una carrera bonita, se han visto carreras bonitas”. En cuanto a la situación médica, destaca: “El parte médico fue muy bien. El chico que tuvo la luxación de rótula ya tenía antecedentes de luxación, así que fue más sencillo de lo que parecía”.

Nos cuenta también cómo van los encierros de este año en cuanto a tema médico. “En mi zona muy bien, han sido golpes sencillos, excepto el día del buey que no me explico lo que hizo. Creo que el pánico o te paraliza o te hace saltar, y este hombre cuando vio el hueco entre la manada y los corredores intentaron cruzar la calle, pero le cogió la manada por encima”, relata.

El trabajo en La Cuesta: un mundo aparte

Lo que diferencia a La Cuesta de otros puntos del recorrido es, para Antonio, la colaboración mutua entre corredores y médicos. “Soy una pieza más de La Cuesta. Todos trabajamos para lo mismo, nos necesitamos”, afirma. La estrecha relación que mantiene con los corredores es fundamental para la seguridad de todos. “Los corredores saben lo que tienen que hacer y cómo ayudarse entre ellos. En cuanto pasa algo, levantan la mano, me miran, no los tocan, uno se encarga de estar con él y los demás de cuidarlo”, explica.

La organización en La Cuesta de Santo Domingo es clave, y Antonio tiene un profundo respeto por los corredores. “Cada uno se coloca en su sitio y es una sensación de que todas las piezas están en su sitio. Eso da tranquilidad, pero nervios los mismos. No paso miedo, pero sí mucho respeto”, confiesa.

El “hospitalico” de Santo Domingo

El lugar donde Antonio atiende a los corredores es, según él, un espacio ideal para la asistencia. “El ‘hospitalico’ es el antiguo hospital militar, es un lugar amplio, con luz y con una puerta cerrada que nos deja trabajar con la intimidad que debe tener la asistencia sanitaria”, explica. Este lugar está dividido en dos zonas, lo que permite atender tanto heridas leves como casos más graves de forma organizada y eficaz.

Los momentos más difíciles y los más gratificantes.

A lo largo de su carrera, Antonio ha vivido momentos que nunca olvidará, como aquel día en que atendió a un corredor con una grave herida en el tórax. “Se quitó las manos del pecho y no había carne. Lo pasamos dentro y el toro le había abierto todo el hemitórax izquierdo”, recuerda. El hombre sobrevivió gracias a la rápida intervención de Antonio y su equipo.

Sin embargo, también hay momentos más gratificantes para él. “Hoy mismo, con la luxación de rótula, lo he distraído, se ha relajado el músculo y ¡bom!, se ha colocado en su sitio. ‘¿Ya no te duele verdad?’ ‘No, ya no me duele’”, relata con una sonrisa. Para él, esas pequeñas victorias son lo que le hace seguir adelante.

Sólo ha faltado una vez

Antonio recuerda que, en todos esos años, hubo un día en el que, por un momento, desconectó. Se levantó temprano, a las cinco y media, y cuando vio que llovía a cántaros, pensó que el encierro sería suspendido. Decidió volverse a la cama. Sin embargo, a las ocho menos cinco le llamaron para preguntarle dónde estaba. “No pensé que encierro tiene que haber pase lo que pase, ya pueden caer como ‘chinos de punta‘”, dice Antonio. Aquel día, aunque había decidido no ir, se dio cuenta de que había faltado por primera vez en su vida, algo que no le gustó en absoluto.

Desde hace pocos años, los sábados y domingos que no sean 7 ó 14 se lo toma libre y no acude a La Cuesta. La culpa lo acompaña cuando no puede estar. “Lo paso muy mal. Me veo el encierro, lo repaso, y si le pasa algo a alguno de los míos, me siento culpable, de pedir perdón por no estar, por no haber podido ayudar. Faltaba una pieza, esa pieza soy yo. y me arrepiento“, confiesa.

La esencia del encierro: una experiencia única

Cuando le preguntamos qué es el encierro para él, Antonio lo tiene claro. “Lo comparo con las Javieradas. La gente va por devoción, por promesas, pero nadie sabe explicar el porqué, no tiene una explicación científica. Es algo que se siente”. Para él, el encierro en La Cuesta es un sentimiento compartido entre todos los corredores. “Santo Domingo es diferente, se vive de una forma hermanada. Hay mucho cachondeo, mucha broma, pero conforme se acerca la hora, las caras cambian, se saludan con las cejas, se coloca en su sitio… Es una especie de rompecabezas que las piezas encajan”, afirma.

San Fermín

Su amor por el encierro y San Fermín queda presente cada vez que habla de él. Antonio nos cuenta que, cada mañana, reza a todo el santoral antes de salir a ver si ha llegado San Fermín. A las siete y media, se dirige a ver la imagen de Fermín y, tras hacerse la señal de la cruz, se va tranquilo. “Me da serenidad. Ya estamos, San Fermín, Santo Domingo y yo”, explica.

Lee todas las declaraciones y sabiduría de Antonio Álvarez pinchando aquí

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