Dos del dos. Dos de febrero. Segundo peldaño de la escalera sanferminera 2025. Si para el primer peldaño de la escalera sanferminera escribí una carta a los Reyes Magos con mis deseos para los encierros de San Fermín 2025, en este segundo peldaño os traigo un pedacito de la historia conocida del Encierro de Pamplona. En concreto, la historia de uno de sus pastores más ilustres e idolatrados: Germiniano Moncayola Resa. Sirva este peldaño como homenaje a la figura de los pastores de las fiestas de San Fermín.

Si hiciéramos una película de superhéroes basada en el Encierro de Pamplona, posiblemente el primer protagonista sería, sin ninguna duda, Germiniano Moncayola Resa. Así es como imagino que los pamploneses de las primeras décadas del siglo XX veían y admiraban a este gran pastor de la Ribera de Navarra nacido en Arguedas el 16 de septiembre de 1900; él decía que iba con el siglo. Comenzó en el Encierro más conocido del planeta en 1922, donde fue el jefe de pastores entre 1929 y 1945. Los animales bravos fueron su vida. Contemos su historia:
Sus comienzos
Germiniano Moncayola, hijo, hermano, primo, padre y bisabuelo de pastores, comenzó a trabajar duramente en su infancia y con nueve años ya cuidaba vacas de leche ante el duro sol y el crudo cierzo de la Bardena. A los doce años, la ganadería tudelana de reses bravas de Alaiza lo fichó para ejercer un duro, peligroso y mal pagado trabajo. Le pagaban tan poco, 50 céntimos de peseta de sueldo, que optó por marcharse a trabajar para un labrador de su pueblo, Arguedas. Su afición pudo más que el dinero y, tras unos meses, volvió a Alaiza, donde en 1918, con 18 años, lo ascendieron a mayoral.
El trabajo en aquellos años en las ganaderías navarras y aragonesas no era igual que ahora. En aquella época no había cercados, ni tapias, ni vallados, ni caballos, ni casi cabestros. Tampoco grandes fincas y extensiones como podía haber en otras zonas del país. El ganado pastaba libre e iba buscando sustento de un sitio a otro, simplemente con el duro y hábil trabajo de los pastores y mayorales. Todo esto le permitió a Germiniano conocer a los animales y sus comportamientos desde muy temprana edad. Vivió siempre enamorado de la nobleza y de la bravura del toro; pasó la mayor parte de su vida rodeado de vacas y toros rojos navarros.
Muchos kilómetros a pie
Además, no había medios para transportar las corridas de toros o las vacas a otros puntos donde se celebraban festejos. Así que, andando, trasladaban a los animales. Ocho días necesitaban para llegar con una corrida de toros desde la Ribera hasta Guipúzcoa o Vizcaya, once días a las taurinas localidades francesas. Dormían donde podían y tenían que atravesar poblaciones, donde a veces los mozos del lugar no les ponían las cosas fáciles. Muchas fueron las anécdotas en estas trashumancias de ganado bravo.
Como aquel domingo, que, pasando Beasain al mediodía con una corrida de toros, uno de los bueyes se fijó en un escaparate y fue a darle a la luna al verse reflejado, pensando que era otro buey. Gracias a que un compañero pastor se adelantó y lo paró, no tuvieron que lamentar una catástrofe. O, como aquella otra, cuando a la una de la madrugada llegaron a San Sebastián con una novillada; un señor salió con un periódico para que con él les taparan a los cabestros los cencerros, pues le molestaban los ruidos. Germiniano, con su carácter recio ribero, le contestó: “Vaya usted a tapárselos”.
Esta forma de llevar el ganado a las poblaciones fue el origen de muchos encierros, pues los mozos, cuando veían llegar a los toros, se lanzaban a correr delante de ellos, entre otras cosas. Así nació también el encierro de Pamplona, mucho antes de la época en la que nos situamos en esta historia, pues para entonces los toros se llevaban, de esta misma forma, unos días antes de que empezasen las fiestas de San Fermín a los corrales del Gas.
Germiniano Moncayola y el Encierro de Pamplona
En 1929, Germiniano Moncayola tomó el relevo de Agustín Ustárroz al mando de los pastores del Encierro de Pamplona. Al igual que su predecesor, Germiniano corría y conducía los morlacos con una vara de avellano en la mano derecha y una blusilla en la mano izquierda. Esta blusilla hacía las labores del capotico de San Fermín, pues Moncayola fue, sin duda, la mano derecha y el apóstol del Santo Morenico en las calles de la Vieja Iruña durante los años 20, 30 y 40 del siglo pasado.
Tan sólo utilizaba a cinco cabestros para conducir a los toros, y en muchas ocasiones fueron ocho los bureles que corrieron en el Encierro. De ahí que muchas veces veamos fotografías antiguas y nos descuadre tanto el número de animales. Decía que no necesitaba más bueyes. Además, tan sólo eran siete los pastores que protegían todo el recorrido.
Vestido con camisa blanca y chaleco oscuro y calzado con alpargatas de cáñamo, y con su boina siempre perfecta, este pastor de escasa estatura, pero de inconmensurable valor y generosidad, con mucha raza y casta ribereña, salvó muchas vidas en esos 850 metros de adoquines imposibles. Entre ellas las de un guarda de campo, dedicado a las labores de vigilancia del vallado, en 1932.
Encierro del 10 de julio de 1932 con ocho toros de Encinas
En aquella ocasión, un precioso toro salpicado en cárdeno de la ganadería de Encinas se quedó y embistió al guarda. Moncayola no se lo pensó, y con una mano agarró del rabo al toro para derribarlo y tumbarlo con una precisa y extraordinaria maniobra. Soltó la vara, pero no la blusa de la mano izquierda y de esta manera consiguió que el burel soltase al guarda. Después, él mismo volvió a poner al toro en pie y se lo llevó a punta de blusilla hasta la Plaza de Toros.
Su labor en el encierro no terminó ahí aquella mañana del 10 de julio de 1932, pues al llegar a la plaza se encontró con que otros dos toros no habían entrado a toriles y estaban embistiendo a la multitud de imprudentes que poblaban el ruedo. Este tercero se sumó a ellos y voltearon a tres mozos respectivamente. Dos de ellos terminaron corneados; uno con una herida de asta en el muslo izquierdo y el otro con dos heridas por asta, una en el muslo izquierdo y otra en la región lumbar. Curiosidad de aquel día: aquellos morlacos fueron sancionados por ser antirreglamentarios.
250 pesetas de recompensa
Para rematar la mañana, saltaron a la arena las vaquillas emboladas de Alaiza, es decir, sus vacas, que repartieron embestidas y trompazos por doquier. Por su gran labor aquella mañana, la Casa de Misericordia le obsequió con 250 pesetas. Una buena cantidad, si tenemos en cuenta que por aquella época Germiniano Moncayola ganaba 365 pesetas al año, es decir, una peseta al día. De esta gesta escribió el 16 de julio de 1932 José María Iribarren en Diario de Navarra, años después republicado en la revista Avalancha, lo siguiente: “Navarra está obligada a algo más que a enviar a provincias las fotografías de este sencillo héroe de Arguedas”.

Esta fue una de las muchas intervenciones de este genial hombre arguedano en el Encierro de Pamplona. No necesitaba a nadie para solventar con su valiente estilo cualquier situación peligrosa que se diese en las calles y conducir a los toros sueltos hasta los chiqueros; les ahorraba el trabajo a los dobladores y era el Ángel de la Guarda de los mozos navarros. Mozos que en más de una ocasión lo pasearon a hombros por el ruedo pamplonés.
El teniente que no pudo salvar
Sólo en una ocasión no consiguió salvar una vida. Fue la del teniente de San Sebastián Gonzalo Bustinduy Gutiérrez de la Solana el 10 de julio de 1935, donde un toro de Carmen de Federico acabó con su vida corneándole en la entrada a la Plaza de Toros. De este percance he encontrado dos versiones, una que parece la oficial y otra la que el propio Moncayola narró en 1985. Según sus palabras, “el teniente asustado se echó al toro y nada pudimos hacer por evitarlo ni el Chico de Olite ni yo que sujetamos al bicho por el rabo y le intentamos tapar el morro con mi camisa”.
La versión oficial dice que Gonzalo era asiduo de los encierros de Pamplona y que citó al toro con una chaqueta en la entrada a la plaza; esa noche había estado de fiesta y no había dormido. El toro lo enganchó y lo llevó prendido durante unos metros. Tenía 29 años y falleció el día 13 en la Clínica San Miguel tras sufrir una cornada en el hemitórax derecho.
Una mañana durante el encierro llovió a mares. Muchos toros se cayeron y Moncayola sacó su blusilla a pasear en forma de capote e hizo malabares bajo el agua para que no ocurriese nada grave. Una vez terminado el encierro y ante tal heroica labor desempeñada bajo el diluvio, el administrador de la Casa de Misericordia se le acercó para decirle que fuese a la zapatería que quisiera a comprarse unos zapatos nuevos. A lo que él, con su hablar ribero, contestó: “¡Zapatos, lleva zapatos allí!”.
El primer montón en la Plaza de Toros de Pamplona
Se da la circunstancia de que Germiniano vivió el primer montón de la historia de la Plaza de Toros de Pamplona, la cual se inauguró el 7 de julio de 1922 precisamente con esa desgraciada situación. Años más tarde, recordaba en una entrevista aquella mañana de la siguiente forma: “Fue algo impresionante ver cómo los toros pisoteaban a la gente que se asfixiaba por momentos. Tuve que despojarme del chaleco y con la blusa citar a un toro que pasado el montón intentó arremeter contra las personas que, como podían, trataban de escapar de debajo del montón donde se apelotonaban jóvenes y adultos”.
Nos cuenta su bisnieta Nerea que Jesús, hijo de Germiniano, es decir, el abuelo de Nerea, también fue pastor en el Encierro de Pamplona ayudando a su padre, y le tocó vivir varios montones más. En el de 1940, Jesús comenzó a sacar a la gente para ayudarles a salir de ahí y un policía le pegó una bofetada porque era un crío; se pensó que estaba ahí por estar. Entonces Jesús Moncayola, que luego fue ganadero, contaba con tan solo 12 años y cuando el policía lo vio con su padre, le pidió perdón.
Despedida
En 1945, después de muchos años salvando vidas, siempre al quite con arrojo y decisión, de muchas líneas en las crónicas de los periódicos y revistas cantando sus hazañas, después de una labor intachable ejercida con la mayor sencillez y humildad, tirando de piernas, sabiduría y un extraordinario corazón, y viendo que sus facultades físicas no eran las mismas, Germiniano Moncayola decidió, con tristeza y honradez, que esos serían sus últimos sanfermines.
Por aquel entonces, ya no estaba de mayoral para la ganadería de Alaiza de Tudela, pues esta desapareció el 30 de noviembre de 1938. Por cierto, aquí también trabajó de pastor Felix Ozcoz. Después de Alaiza, trabajó en la ganadería Cesar Moreno de Pamplona, la cual pastaba cerca de Murillo; después estuvo un tiempo en la de Fernando Navarro de Ejea de los Caballeros; por último, estuvo en la casa ganadera de “Hijos de José María Fraile”. Ganaderías andaluzas quisieron ficharse, pero se negó, no quiso abandonar nunca su Ribera de Navarra y el cielo bardenero de Arguedas.
Homenajes del Ayuntamiento de Pamplona, las Peñas y la Casa de Misericordia
Después de 20 años sin pisar Pamplona, en 1965 volvió a la vieja ciudad del norte con motivo de un merecido y emotivo homenaje que tanto el Ayuntamiento de Pamplona como la Casa de Misericordia, como las Peñas, quisieron brindarle.
Los pamploneses y las pamplonesas recibieron con los brazos abiertos al héroe durante años en el encierro de Pamplona. Y lo despidieron con lágrimas en los ojos. Para tal ocasión hubo una comida popular, llevaron a Germiniano al palco de la Plaza de Toros para ver una corrida, pero él prefirió irse al burladero de los pastores y mayorales. Todos los medios se hicieron eco de la noticia; hasta el ABC de Sevilla publicó un artículo de los homenajes ofrecidos, tal y como veréis en la galería de imágenes más abajo.
Moncayola y El Cordobés
Aquel día de sus homenajes en 1965, la corrida que presenció la toreaba Manuel Benitez “El Cordobés”. La prensa hizo eco del contraste entre ambas figuras. Por un lado, Moncayola, el pastor del encierro, con sesenta y cinco años, pobre y contento de haber arriesgado su vida muchas veces por el prójimo y por el encierro de los toros en Pamplona sin cobrar casi nada. Por otro, el “divismo” de El Cordobés y sus millones.
Al salir de la corrida, dicho periódico, La Gaceta, le preguntó a Germiniano qué le había parecido el diestro Cordobés. Él, con la sinceridad cruda de un hombre curtido en los campos de La Ribera entre toros y vacas, contestó: “Ahora se convencerán en Arguedas de lo que yo les decía viendo la televisión. Y sabrán que el público de Pamplona opina con justicia: porque si El Cordobés hubiera sido un torero que comenzaba a torear, el público se hubiera portado de otra manera, pero un torero que cobra tres cuartos de millón debe rendir en el toreo como los peones en el campo, con arreglo a lo que les pagan y no ha querido”.
Además, en ese recorte de periódico añaden lo siguiente: “Ha dicho que celebra que el alma de Pamplona siga siendo recta y justa y que no se deje influenciar por famas ni por chanfainas, y que grite y tire lo que sea a la plaza, y que abronque a los ‘divos’ que no tienen de ello más que el nombre, y que se atrevan a plantarse flamencamente, como El Cordobés lo ha hecho, frente al público”.
Afición y gran conocedor de los toros
Y es que, Moncayola, además de pastor y conocedor del ganado, era un gran taurino y muy aficionado a las corridas de toros. Cuenta su nieto Jesús que era un gusto ver junto a él corridas de toros porque era capaz de adivinar el comportamiento que iba a desarrollar el toro durante la lidia nada más verlo salir de toriles.
A pesar de estos homenajes, es tristemente llamativo que otras personalidades relacionadas con la fiesta y con San Fermín tengan su monumento en Pamplona, y que Germiniano Moncayola, que salvó tantas vidas mirando de frente a los toros y arriesgando la suya propia, carezca de tal galardón.
Su opinión sobre la evolución del Encierro
En 1988 lo entrevistaron en televisión dos veces; una de esas entrevistas tuvo lugar en el hotel Tres Reyes de Pamplona y se emitió en Euskal Telebista. Es una joya de entrevista que le hizo Juan Luis Vicuña y en la que compartió cartel con el grandísimo corredor de Estafeta Ramón Etxaniz. Por lo que cuentan, se adivina que tuvo lugar el 12 de julio de 1988. Es decir, el día en el que Doloroso II de Cebada Gago se volvió en Santo Domingo. No dejéis de leerla.
Además, concedió otras entrevistas a lo largo de los años. En ellas hizo hincapié en que a los toros no había que citarlos ni tocarlos; le parecía criminal y consideraba que los mozos que lo hicieran tenían que ser llevados al Juzgado, que los procesaran y que fueran condenados, para que escarmentasen. Decía que “antes los mozos corrían el Encierro; no iban a torear, ni a parar los toros…. El Encierro era una pugna limpia, de fuerza y agilidad… El Encierro es correr delante de los toros: ni más ni menos que eso”.
Le apenaba que los buenos corredores no se vieran tanto debido a la masificación y decía: “Los corredores de antes tenían más afición, más salero y mejor estilo. Hoy pocos quedan de aquellos.” Además, estaba convencido de que los toros podían ir desde Santo Domingo hasta los corrales de la plaza sin necesidad de colocar vallados, dada la cantidad de personas que había dentro del recorrido.
En aquellos años ochenta también tuvo que vivir una anécdota cuanto menos curiosa, pues fue a presenciar el Apartado y no le dejaban pasar. Contaba con orgullo, como cuando dijo que era Moncayola, le abrieron las puertas de par en par.
Un eterno legado
Se retiró de cuidar toros con 55 años; cobraba poquísimo y le quedó una triste pensión. Estuvo hasta el final de sus días leyendo de toros y viéndolos por televisión. Además, se movía siempre en bicicleta e iba hasta Tudela para comprar y de paso pasar por los prados en los que hubiese animales bravos.
En más de 46 años cuidando toros bravos nunca tuvo un percance grave, aunque vivió situaciones complicadas. Como aquella en la que una vaca traicionera lo cogió en Buñuel, y desde entonces lució una cicatriz en la cara. O aquella otra en la que, en un desencajonamiento en Bilbao, un toro le embistió, y que de no ser por su hermano Antonio, que le hizo el quite, las consecuencias hubieran sido muy graves. Nunca pasó miedo; a los 86 años decía: “Nunca sentí miedo delante de un toro, porque el que siente miedo no puede estar con esos bichos”.
Falleció el día de San Antonio de 1991, es decir, el 13 de junio. Tuvo cinco hijos, doce nietos y veintidós bisnietos. Su bisnieta Nerea acudió al funeral con tan solo ocho años. Uno de sus nietos, Jesús, ha empleado parte de su vida a recoger todo tipo de artículos y entrevistas sobre su abuelo, y desde aquí le doy las gracias por facilitarme la labor.
Siguiendo sus pasos, manteniendo la historia
Además, uno de sus bisnietos, David Zubieta, sigue sus pasos en la actualidad. A David, que es universitario y que en verano y en sus ratos libres ayuda en la ganadería de Hermanos Ustarroz, le apena no haber podido conocer a su bisabuelo, ya que nació en 2002. No tuvo la oportunidad de aprender de él directamente. Le hubiera encantado escuchar sus historias, ver cómo trabajaba y recibir sus consejos sobre el pastoreo.
Es consciente de que su bisabuelo era un hombre sabio y respetado, con lo que hubiera sido un gran maestro para él. Nos dice que siente de alguna forma su legado y que eso le da fuerzas para seguir en este mundillo porque para él ser bisnieto de Germiniano Moncayola es un orgullo y una responsabilidad.
Emocionado me dice que “saber que camino por las mismas sendas que él recorrió, que cuido el ganado con la misma dedicación, me hace sentir que su historia no se ha perdido. Es un vínculo con mis raíces y con una forma de vida que, aunque cada vez menos común, sigue siendo esencial en nuestra tierra”.
Con estas palabras de su bisnieto cierro este artículo, que no es otra cosa que el intento de que los jóvenes conozcan una parte de la historia del Encierro de Pamplona que no solo merece ser conocida, sino que es fundamental para entender de dónde venimos y a dónde vamos. Germiniano Moncayola, con su vara y su blusa, pasó a la historia del encierro a base de valor, casta, arrojo y corazón, salvando las vidas de muchos navarros. Así que sirva este texto también como homenaje a uno de los pastores más legendarios del Encierro más importante del planeta.
Ya Falta Menos. ¡Viva San Fermín! ¡Y vivan los pastores!