Ayer fui a la plaza con la intención de tomar notas e intentar escribir algo, no digo publicarlo, sino escribirlo… A día de hoy, me da vértigo escribir una crónica de una corrida, y no será porque no he tenido un buen maestro, el mejor, o el que más me gusta, poniendo letras y versos a una tarde de toros: Darío Juárez (Por el Pitón Derecho).
El caso es que sólo tomé notas del primero, donde el novillo, al que le hicieron las cosas mal, me gustó mucho y al novillero lo vi por momentos nervioso, acelerado, sin recursos y apostando por el arrimón: mucho valor… populista…
Pero, llegó el segundo y perdí la cabeza para el resto de la tarde… porque el corazón se impuso y la emoción se hizo presente. Me olvidé de que iba a tomar notas, me olvidé de que quería intentar escribir algo, me olvidé de todo porque lo único que hice fue sentir.
Sentir el toreo, sentir el temple, sentir la belleza;
sentir el nervio, sentir el miedo, sentir la emoción…
sentir la suavidad, el toque preciso, la cadencia perfecta.
Sentir la perfección en la imperfección,
Sentir la tensión, corazón acelerado, sentir el alma
sentir esa media, esa izquierda, el natural…
Sentir ese quite, esa estocada, ese valor,
sentir el arte, sentir la pureza, sentir la verdad
sentir la tierra, sentir los motivos, sentir las razones
sentir la conexión de un instante eterno, un instante efímero,
sentir la alegría, sentir la gloria,
sentir la plenitud de un momento perfecto.
Sentir la paz, sentir la vida, la felicidad.
Sentir, sentir, sentir….
Ayer, derramé lágrimas de emoción en una plaza de toros; ayer, sentí en una plaza de toros. De esto iba todo, de esto va todo, esto es el toro. Sentir.
Ayer, Aaron Palacio derribó la Puerta Grande del coso de La Misericordia en Zaragoza a base de valor, casta, entrega, corazón, gusto, temple y verdad. Ayer, Aaron Palacio nos hizo sentir. Sentir.